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Pulsar, geometrías del Kosmos (2024-2013)

 

Pulsar, geometrías del Kosmos es una instalación sonora multicanal que propone una reflexión sobre la relación entre el ser humano y la observación del universo. A través del encuentro entre arte, ciencia y tecnología, la obra traduce los fenómenos electromagnéticos emitidos por los púlsares —estrellas de neutrones descubiertas por la astrofísica Jocelyn Bell Burnell— en materia sonora y visual, haciendo perceptible aquello que normalmente permanece más allá de los límites de la percepción humana.

 

La pieza forma parte desde 2024 de la Col·lecció Nacional d’Art de la Generalitat de Catalunya y ha sido presentada en instituciones como el Museu Morera d’Art Modern i Contemporani de Lleida, la Fundació Antoni Tàpies (Barcelona), la Galería ATM (Gijón), la Sala Josep Renau (Valencia) y el Festival MEM (Bilbao). Cada una de estas presentaciones ha ofrecido una nueva configuración espacial de la obra, entendida siempre como una arquitectura de resonancias que hace visible —y corporalmente perceptible— la vibración del cosmos.

 

El punto de partida de Pulsar, geometrías del Kosmos son los púlsares, restos estelares de gran densidad formados tras la muerte de una estrella masiva. Estos objetos cósmicos, del tamaño aproximado de una ciudad pero con una masa varias veces superior a la del Sol, giran sobre su propio eje a velocidades vertiginosas, emitiendo pulsos electromagnéticos desde sus polos. Cada púlsar posee una frecuencia de rotación propia, generando un ritmo cósmico constante, un pulso que atraviesa el espacio interestelar y se proyecta como radiación hacia el universo. Por ello son considerados los faros del universo y son utilizados en astronomia para posicionar las coordenadas del cosmos.

 

En la obra convierto estas emisiones de radio generadas por los pulsos electromagnéticos en materia sensible, trasladando el campo de la astrofísica al ámbito de la experiencia estética. Las ondas electromagnéticas captadas por observatorios astronómicos se transforman en ondas sonoras que, a su vez, son visualizadas mediante la ciencia cimática, una disciplina que estudia las formas generadas por la vibración de un fluido ante determinadas frecuencias. De este modo, la obra convierte los pulsos invisibles del cosmos en geometrías audibles y visibles, un lenguaje de patrones que vincula la escala del universo con la escala humana.

 

La instalación se materializa en un conjunto de ocho altavoces modificados, cada uno de los cuales contiene una cubeta de oscilación con agua destilada. Las ondas sonoras, al resonar en el interior del dispositivo, provocan que la superficie del agua se reorganice en formas geométricas precisas. El uso de la cimática en Pulsar no responde a una búsqueda meramente formal, sino a una poética de la traducción. El sonido se convierte en figura, la vibración en imagen, el dato científico en experiencia estética. Las ondas del universo encuentran un eco terrestre en las ondulaciones del agua, generando una correspondencia simbólica entre micro y macrocosmos. En este cruce, la obra plantea una reflexión sobre la interconexión de todas las escalas de la realidad, desde el cuerpo humano hasta los confines del espacio interestelar.

 

Más allá de la percepción auditiva, Pulsar, involucra el cuerpo del espectador como instrumento sensible. La resonancia generada por los altavoces se expande por la sala, haciendo que el suelo y el aire transmitan la vibración. El público puede escuchar con el cuerpo, percibir la materia sonora en la piel, en el movimiento del aire o en la oscilación del agua. Este carácter inmersivo convierte la instalación en una experiencia fenomenológica en la que la frontera entre sujeto y cosmos se diluye. El espectador no contempla el universo como un objeto distante, sino que participa de su ritmo, entra en sincronía con su pulso. La obra propone así un modo de conocimiento sensorial que no es racional ni instrumental, sino corpóreo, vibracional y meditativo.

 

La luz, el sonido y el agua actúan como mediadores entre mundos: el espacio expositivo se transforma en un observatorio interior, un lugar donde el espectador se sumerge en el flujo de energía que une materia y vacío, presencia y lejanía.​ Pulsar se sitúa en el territorio de la interdisciplinariedad radical, donde las metodologías científicas son reconfiguradas como lenguaje artístico. No se trata de ilustrar un fenómeno físico, sino de repensar la relación entre conocimiento y experiencia, entre medición y percepción.

 

En el corazón conceptual de la obra late una idea esencial: la del cosmos como organismo resonante, cuya estructura refleja la del propio cuerpo humano. Las ondas electromagnéticas que atraviesan el espacio encuentran su correlato en los ritmos internos del ser vivo: el latido, la respiración, la vibración celular. En este paralelismo, Pulsar propone un modelo de correspondencia entre lo astronómico y lo biológico, entre el orden cósmico y el pulso vital. Esta visión resuena con las tradiciones filosóficas que han concebido el universo como una totalidad armónica —desde el pitagorismo y la “música de las esferas” hasta las cosmologías contemporáneas de la física cuántica—, donde el sonido y la vibración son las formas primarias de existencia. La obra recupera esa intuición ancestral y la actualiza en clave tecnológica, mostrando que el arte puede seguir siendo un puente entre la contemplación científica y la experiencia espiritual.

           "La expansión del Universo es un tema que hace décadas inquietaba Alvy durante su infancia, el protagonista de la célebre película Annie Hall de Woody Allen. Esta expansión, que también es el origen de un Universo que trae inscrito la historia del cosmos, es uno de los grandes temas de la astrofísica. De hecho, en nuestra relación con aquello que concierne el Universo, parece que la ciencia sea la única herramienta de aproximación válida para un espacio que, a carencia de fronteras precisas, es el único territorio delimitado por una temporalidad holística. Y por la hegemonía del discurso científico como único relato posible a la hora de producir conocimiento en torno a aquello desconocido.​Este Universo que se expande es también un Universo que suena. Si bien durante años fue considerado un lugar silencioso debido al impedimento para la transmisión de las olas sonoras debido al vacío, actualmente la dimensión acústica del Universo es un hecho y una conjetura. Es más, hay casos particulares en que el sonido saca protagonismo a la imagen a la hora de conocer empíricamente algunos cuerpos del Universo. Los agujeros negros son un ejemplo paradigmático, puesto que solo pueden ser percibidos gracias a un radiotelescopio. En relación con esta hegemonía de la imagen dentro de nuestra cultura, el 1968 surge la cimática, cuando Hans Jenny le otorga un nombre a la representación de las olas de sonido sobre la materia. Fuera del ámbito estrictamente científico o de la cultura occidental, esta actitud representacional ya existía antes de la misma cimàtica. Desde Leonardo da Vinci hasta los mandalas asiáticos, la voluntad de visualizar una cosa tan efímera y abstracta cómo es el sonido tendría que esperar al desarrollo tecnológico para conseguir una traducción visual científica. Y, consiguientemente, concederle legitimidad.​Si bien numerosas prácticas artísticas contemporáneas se han dedicado a desmontar el mito de la objetividad científica, también es cierto que otras muchas han optado para prolongar la fascinación que rodea el discurso científico. Generalmente, priorizando una actitud estética en torno a la tecnología. 

 

 

 

 

 

 

 

 

Con Geometrías del cosmos, Ferran Lega colocaría el arte en relación con la ciencia en una posición intermedia. Asumiendo las tesis del discurso científico a partir de la cimàtica, esta instalación propone una interpretación estética en que el arte no aparece simplemente como contexto de acogida. Geometrías del cosmos es un ensayo para una interpretación visual del sonido alejada de la centralidad de la imagen. Una representación que no repite parámetros bidimensionales, sino que construye un dispositivo especial acústico en que el Universo, igual que el cubo blanco, rechaza el estigma del silencio que pesa sobre él.​Geometrías del cosmos es, además, un proyecto que demuestra la efectividad investigadora desde el campo del arte. Parte de la tesis doctoral del mismo Lega, que, como el científico, es capaz de desarrollar un trabajo teórico consistente vinculado al régimen de conocimiento académico. Ahora bien, a diferencia del científico, el artista se puede permitir ir más allá y tantear una nueva arquitectura para el conocimiento desde la experiencia estética. En este caso, la conversión de la sala de exposiciones en un auditorio de púlsares intermitentes". 


Sonia Fernandez Pan. Catálogo: Fuga variaciones sobre una exposición (2014).

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